
25 Mar Es que lo he intentado tantas veces…
En estos últimos días he tenido cita para hacerme algunas pruebas médicas que, además de ser bastante caras, exigen también algún tiempo de espera. Feliz por haber logrado organizarlo todo sin demasiados problemas ni demora fui el día de la prueba al sitio indicado llevando el “equipo” imprescindible, a saber: los volantes, la tarjeta de la sociedad y, como no, el teléfono, necesario en toda situación. Esperando en la cola hice lo que los demás, o sea, saqué del bolso mi teléfono y aquí ocurrió la primera sorpresa, el móvil se apagó varias veces, la batería en un instante quedó en estado crítico y la pantalla seguía negra todo el tiempo. Cuando llegó mi turno me acerqué a la ventanilla entregué mi tarjeta y los volantes a la señorita que estaba atendiendo. Ella empezó a rellenar los formularios y, de pronto, me dijo que la tarjeta no funcionaba. Pero ¿cómo que no funcionaba? ¡Si hace dos días funcionaba perfectamente! Bueno, pues ahora dejó de funcionar y para comprobarlo la pasó de nuevo por el lector. Luego empezó a explicarme que en tal caso necesitaba mi número de teléfono para que me enviaran el código necesario. Y yo intentando explicarle que no tenía el teléfono, es decir, que lo tenía pero que no funcionaba. La señorita de la ventanilla me miró con lástima y declaró que en tal caso no podían hacerme las pruebas. Como no me mandaba retirarme de una vez, nos miramos una a la otra durante un momento. Y de pronto, una vez más, pude comprobar que nunca hay que perder la fe en la humanidad porque sacó de su bolso el móvil y comenzó todo el procedimiento de nuevo, usando su propio teléfono. Pasaron unos minutos y me acercó los formularios imprimidos. ¡Lo había conseguido! Un poco aturdida fui a las pruebas, volví a casa, saqué el móvil del bolso, convencida de que estaba estropeado. Y entonces, más sorpresas: el nivel de la batería era crítico pero el teléfono funcionaba y hasta había llegado el mensaje con el código necesario. ¡Ni siquiera lo había sacado del bolso antes, segura de que no funcionaba!
He descrito esta situación con tantos detalles porque un día antes de lo ocurrido había escuchado una conferencia sobre nuestras limitaciones mentales y los métodos para vencerlos. El conferenciante, entre otras cuestiones, hablaba también sobre lo que llamaba el estado de impotencia aprendida. Me parecía que este problema no se refería a mi personalmente: yo sé fijar y conseguir mis objetivos y no me siento limitada en mis posibilidades. Y, sin embargo, todos cometemos el mismo error: nos parece que ya lo sabemos, porque ya lo hemos comprobado. No se puede, es imposible, no hay para que esforzarse.
¿Cuántas veces te ha ocurrido lo mismo? En otra situación quizá, pero lo mismo. Porque lo has intentado muchas veces, ya sabes que un nuevo intento es inútil. Porque has deseado conseguir algo y no te ha salido como querías, ni siquiera lo intentas otra vez. Sabes que eso no funciona, que no se puede, que no vale la pena intentarlo de nuevo. O tal vez ni siquiera lo intentaste porque otros lo intentaron antes y no lo consiguieron, o porque alguien te lo ha dicho, o porque de alguna manera ya “sabes” que no se puede.
Esa es la impotencia aprendida. La aprendiste en tu niñez, o más tarde, y ahora ya estás convencido: no se puede. Sabes que no vales para cocinar o para bailar, estudiar, construir buenas relaciones con otros, encontrar pareja, cambiar de estilo de vida, encontrar o cambiar de trabajo, ganar dinero, aprender nuevas habilidades… O ¿tal vez no vales para nada? ¿Pero por qué lo sabes? ¿De dónde viene esa convicción de que no puedes? ¿Has pensado que alguien o tú mismo te lo hizo creer y ya te has quedado con esa creencia?
Puede que en realidad (igual que yo en el centro de salud) ni siquiera lo hayas comprobado. Tal vez incluso vivir la vida con ese “no se puede” es bastante cómodo. Ya que no se puede, tú puedes quedarte tranquilo y esperar ayuda. Que lo hagan otros. Los que saben, los que pueden. Yo no sé, no puedo, no sirvo.
Pues bien, yo te aseguro que puedes. Puedes y está en tu mano. Lo único que tienes que hacer es levantarte del sofá de tu impotencia y dar el primer paso.
El primer paso y el más importante de todos es el cambio de tu disposición interior. Comienza con la convicción de que sí puedes, de que está en tu alcance, de que quieres. De esta manera vas a preparar tu base interior y todo tu ser, consciencia y subconsciencia se dispondrán para conseguir el objetivo. Date cuenta de lo que has aprendido de los intentos anteriores. Reflexiona tranquilamente sobre las causas de tus fracasos y saca conclusiones. Tal vez ni siquiera son fracasos sino las etapas del recorrido, para aprender. Reflexiona sobre lo que querías conseguir y, si aún te importa, piensa en qué habría que cambiar, qué hay que introducir. Y voy a repetirlo otra vez: DISPONTE PARA CONSEGUIR TU OBJETIVO. Piensa en tu objetivo como sobre una realidad ya conseguida. Fija el tiempo necesario para conseguirlo y anótalo para que tu subconsciente actúe en un marco realista.
Anota tus objetivos y emprende acciones concretas. Eso causará un nuevo proceso causa-efecto en tu vida, conocido como efecto Pigmalión.
CUIDA TUS PENSAMIENTOS PORQUE SE VOLVERÁN PALABRAS,
CUIDA TUS PALABRAS PORQUE SE VOLVERÁN ACTOS,
CUIDA TUS ACTOS PORQUE SE VOLVERÁN COSTUMBRES,
CUIDA TUS COSTUMBRES PORQUE FORJARÁN TU CARÁCTER,
CUIDA TU CARÁCTER PORQUE FORMARÁ TU DESTINO Y …
TU DESTINO SERÁ TU VIDA.
Y si todavía tienes algunas dudas, te invito a las sesiones de Coaching profundo.
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