Dar frutos

Dar frutos

Estimado Lector y Amable Lectora, ¿te ha ocurrido últimamente preguntarte si eres feliz? No te pregunto si te has topado con gente dándote consejos sobre lo que tienes que hacer para ser feliz, ni tampoco te voy a preguntar cuántos de los anuncios que has visto recientemente te animaban a comprar determinados productos, prometiéndote, con total falta de pudor, alegría, felicidad y cualquier otra cosa que desearas en el mismo paquete. Creo que este tema, siempre cercano al corazón de todo ser humano, y siempre presente en la filosofía, el arte o la religión, recientemente ha encontrado un camino hasta nuestras mentes que podría producir un infarto a muchos teólogos o filósofos. Porque, de pronto, aparece una cara sonriente en la pantalla y te asegura que si compras un producto, vas a determinado sitio o te sometes a tal tratamiento, definitivamente serás feliz. Y tú, mientras lo escuchas, sonríes o, según el día, te irritas porque sabes que la felicidad no tiene nada que ver con esas promesas.

Pero, hablando en serio: “¿ERES FELIZ?” Entrando en tus profundidades ¿te atreves a mirarte los ojos y hacerte esta pregunta?: “¿SOY FELIZ?”

No contento, excitado por algo, por lograr determinado éxito o una posición deseada en el mundo, sino feliz.

Sobre el tema de la felicidad, sobre ser feliz o infeliz, seguramente ya han hablado a lo largo de los siglos todos los que tenían algo que decir. Ahora ha llegado el momento de que se pronuncie la ciencia. Me permito citar las conclusiones finales de muchos años de investigación llevada a cabo en 148 países. No se trata de grandes revelaciones, porque el estudio concluye que la felicidad constituye un estado interior permanente. No tiene tanto que ver con lo que sucede fuera de nuestra piel, más bien lo importante es lo que ocurre dentro de nosotros. No es producto de un suceso pasajero y ocasional, ni depende de lo bien que nos esté yendo.

Pero eso ya lo sabemos todos. Ocurre con frecuencia que gente joven, sana, famosa, exitosa o rica se queja de su falta de felicidad o incluso de su infelicidad crónica. Mientras tanto, otros que luchan contra múltiples dificultades y sufrimientos se sienten personas felices y realizadas. Sin duda, existen un millón de razones para tales situaciones y en este pequeño post no intento agotar este tema infinito.  Sin embargo, quiero sugerir unas preguntas que pueden ayudarte a ver el tema de la felicidad desde otro ángulo. ¿Qué podemos hacer para conseguir ese “estado interior permanente”? ¿Qué puedo hacer yo y qué puedes hacer tú, Querid@ Lector@ para ser feliz?

Nos encontramos en el ámbito de Coaching y el Coaching es un campo muy práctico. Está basado en un par de principios y, aunque en cada uno de mis post trato de observarlos, pienso que ahora tendrán una relevancia mayor que nunca.

La primera regla del Coaching consiste en elevar la propia consciencia. Ser cada día más consciente de tu persona, tus pensamientos, de las emociones, necesidades, expectativas, planes, objetivos y metas que queremos conseguir, de los frutos que queremos ver. Quiero centrarme en esto último.

Creo que se habla poco sobre esta condición fundamental de la felicidad. Queremos y necesitamos ver frutos en nuestra vida. Los necesito ver yo misma y tú necesitas verlos en tu propia vida, Querid@ Amig@.

 FRUCTIFICAR ES LO QUE NOS DA LA FELICIDAD.

Necesitamos ver los frutos de nuestro trabajo, frutos de los esfuerzos, necesitamos ver que el bien que hemos deseado se hace una realidad. Queremos ver los frutos del bien que hacemos a otros, pero también a nosotros mismos. Intentar no hacer nada malo es muy poco. “No hago nada mal a nadie” es un plan demasiado minimalista, eso no llena ni el corazón ni la mente, no da felicidad. A cada uno de nosotros, de alguna manera, nos mata no ver los frutos a los que hemos sido llamados. ¿Por qué es tan importante? De vez en cuando se nos olvida que somos parte de la naturaleza y que ella esta esencialmente llamada a dar frutos. Sin frutos, la naturaleza deja de existir; tanto macro como microcosmos dejan de existir. La naturaleza invierte sin cesar, y sin cesar recibe, y el fin de ese proceso es dar fruto, producir una nueva vida. Nosotros, como parte de la naturaleza también recibimos todo el tiempo: el universo, la naturaleza, Dios mismo, invierten en nosotros sin interrupción. Y esperan los frutos que tenemos que dar. SI NO HAY FRUTOS COMIENZA LA FRUSTRACIÓN, EL DESALIENTO, SURGE LA SENSACIÓN DE VACÍO, DE FRACASO, DE ESTERILIDAD QUE NOS MATA.

¿Te atreves a acercarte al árbol de tu vida y buscar en él los frutos? Te invito…  Como siempre, busca un momento tranquilo, libérate de inoportunos tonos de llamadas y notificaciones y de las pantallas parpadeantes, busca el silencio interior, cierra los ojos y, en ese silencio, visualiza la imagen de un árbol.

Ese es el árbol de tu vida. Míralo con atención. Acércate. ¿Qué clase de árbol es? ¿Cómo son sus hojas, el tronco, el color, la forma? ¿Cómo te sientes al mirarlo? Acércate más, aparta las ramas, busca los frutos. ¿Qué clase de frutos son? ¿A qué crees que saben? ¿Te apetece probarlos? ¿Podrías saciarte con ellos? ¿A quién puedes alimentar con ellos? ¿Qué nace en ti cuando ves el árbol lleno de frutos de tu vida? ¿Qué es ese fruto muy concreto y tangible? ¿Qué frutos faltan? ¿Qué puedes hacer para que haya más? ¿Qué puedes hacer para dar los frutos más sabrosos? ¿A quién quieres obsequiar con ellos? ¿Cómo lo harás? ¿Cuándo lo harás?

 

El segundo pilar del Coaching es asumir la responsabilidad. SÍ, ERES RESPONSABLE DE LOS FRUTOS DE TU VIDA. Las preguntas que te propongo no son tan solo un juego, responderlas de forma honesta te dará una inmensa información sobre ti mismo y sobre el valor de tu vida.   

Año tras año puedes buscar la felicidad fuera de ti mismo, creyendo que un día todo será tal como se te antoja, que alguien te bajará una estrellita del cielo y que, cuando la coloques, desde ese momento todo estará bien para siempre. Pero también puedes prestar atención a los frutos de tu vida y atenderlos en tu interior, ser consciente de ellos, alimentarte tú mismo y también dar de comer a los que vengan a ese árbol tuyo.

La decisión, en todo caso, es tuya.

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